Todos nosotros tenemos un vacío en el corazón, un lugar recóndito al que volvemos en la mente pero al que jamás regresaríamos en persona. Hay lugares, escenarios, personas y cosas que se anclan en nuestro pasado y que edifican lo que somos. Es la experiencia de los actos vividos, de los amores perdidos, de las frustraciones, las desilusiones y felicidades contenidas que ya nunca volverán.
¿Cuántas veces te has sentido perdido a lo largo de tu existencia? En realidad esa desorientación es algo que vamos a vivir a lo largo de mucho tiempo, porque nada en este mundo es seguro, porque esa sensación de pérdida interior nos obliga también a seguir avanzando, a seguir aprendiendo.
La vida acostumbra a ponernos obstáculos, pero los auténticos límites los ponemos nosotros. No lo hagas más difícil, si algo te hace daño, te desgasta y te destruye por dentro, rompe ese muro y ponte como propósito no regresar jamás.
Lo que de verdad importa es saber dónde no debes regresar. En ocasiones, la distancia es la única respuesta a nuestra infelicidad, y cada paso que damos en la dirección contraria es un escalón para nuestro crecimiento personal. No obstante, para llegar a lograrlo necesitamos mucha valentía…
Soy ya esa persona que sabe dónde va
Saber a dónde vamos no es tener un destino fijado. Estamos hablando de propósitos, de proyectos y sobre todo de autoconocimiento. De saber qué es lo que merecemos y lo que no estamos dispuestos a experimentar de nuevo, de saber poner límites para nuestro crecimiento personal.
A lo largo de nuestra vida siempre debería llegar un momento en que dejemos de sentir la necesidad de encontrarnos con nuestro yo, para crearnos a nosotros mismos. El deseo crea el pensamiento y el pensamiento es un arma de poder que irá guiando nuestro auténtico camino
Si nos detenemos unos momentos a reflexionar en la cuestión de si sabemos o no a dónde vamos, la realidad es que no podríamos dar una respuesta segura. ¿Quién sabe lo que nos esperará mañana? Sabemos lo que tenemos aquí y ahora, pero el mañana no es más que el agua que se escapa entre nuestras manos.
Una persona sabe a dónde va cuando se siente segura de sí misma y la experiencia le ha enseñado la importancia de ser valiente y paciente. Todo llega para quien sabe esperar.
Una persona sabe a dónde va cuando confía. cuando tiene la mente abierta y sabe intuir la realidad.
Una persona sabe a dónde va cuando se ofrece lo que merece y se permite lo que necesita.
Sabes a dónde vas cuando dejas de creer que la vida debe ser perfecta para ser maravillosa.
Una persona sabe a dónde va cuando descubre lo que es cuando se da cuenta de lo que es capaz de hacer.
Estos descubrimientos no se hacen de la noche a la mañana. Es un transcurso, un sendero que transitar a lo largo de ese intervalo llamado vida donde siempre debemos ir en una dirección: hacia delante, dejando atrás esos lugares, espacios y personas a los que no deberíamos regresar.
Lugares sin retorno, corazones a los que no regresar
¿Si no sueltas el pasado, con qué mano vas a agarrar el futuro? En efecto, en ocasiones es necesario volver la mirada atrás y poner una distancia lo bastante amplia de quien nos hizo daño, de esa experiencia que nos hizo cambiar o de ese lugar que nos devuelve a un pasado que ya no nos identifica.
La auténtica valentía no está en dejar ir a las personas que nos hicieron daño, se trata de aprender a dejar ir ese pedazo de ti que se quedó en ellos
No obstante, somos conscientes de que no es fácil dar el paso y decirnos a nosotros mismos que no vamos a regresar. El acto de dejar, de abandonar de poner distancia con algo o alguien supone por encima de todo romper un vínculo, ya sea familiar, afectivo o de amistad. Sea como sea siempre hay un tipo de dolor emocional.
Dejar ir a alguien o algo es distanciarnos no solo de esa persona, sino de esa identidad que habíamos formado con ese ser en concreto.
El acto de irnos implica a su vez tener que entrar en contacto de nuevo con nosotros mismos para sanar esa herida, para reinventarnos y a su vez, avanzar. Crecer.
Cuando se rompe un vínculo y se sana una herida, implica no solo un aprendizaje, también un cambio interior. Dejar algo es perder, pero en ocasiones esa pérdida también puede verse como una ganancia, como crecimiento personal.
Mientras encuentras lo que buscas sé feliz con lo que tienes. La vida es un camino apasionante donde a veces, debemos dejar lugares atrás a los que es mejor no regresar.