Nos movemos en un mundo en el que las costumbres pesan sobre nosotros como obligaciones. Quien más y quien menos en algún momento de su vida ha sentido que lo que hacía porque quería, se convertía en una imposición.
Generalmente nos obligan y obligamos a hacer algo sin ser demasiado explícitos. O sea, que de alguna manera se acaba sobreentendiendo que los demás esperan algo de nosotros y que nos corresponde hacerlo.
En cualquier caso, la verdad es que cuando los damos todo, acaba por no valorarse nada. Esto, de hecho, contrasta con lo que sucede con quienes hacen poco, pues a ellos se les valora más ese mínimo que a nosotros un máximo.
Así, sea lo que sea lo que sucede, lo importante es comportarse desde la mesura y no darnos en exceso a los demás. Como hemos comentado, de alguna forma, nosotros mismos marcamos nuestro precio, por lo que hay que ser especialmente cautelosos a la hora de entregarnos a los demás