Si quisiéramos contabilizar los pensamientos que pasan por nuestra cabeza a lo largo de un día, sería complicado. Bien, resulta lógico pensar que entre 70.000 pensamientos diarios, la mayor proporción, la parte ganadora se la llevarán nuestras necesidades.
Nuestras propias alegrías, nuestros propios gustos, nuestros propios problemas (no los olvidemos), en definitiva, pensaremos más en nosotros que en cualquier otra cosa. Resulta lógico pensarlo, al menos.
Después, posiblemente una importante parcela de pensamientos se dirige hacia nuestros seres queridos. Pareja, familia, hijos, amigos. Tareas pendientes para con ellos, conflictos y rumiaciones exclusivos para cada persona.
Y por supuesto, aún nos quedará “una pequeña parcelita” para pensar temas inservibles, mundanos y cotidianos como: “Qué mal le queda el pelo a esa” o “me está poniendo nervioso el dichoso programa de televisión, cámbialo de una vez”. Cosas cotidianas…
Cuando dedicamos más tiempo a los demás que a nosotros mismos
Se ha comprobado que el tiempo que nuestra mente le dedica al resto del mundo, a veces resulta ser demasiado en relación al tiempo que nosotros podríamos necesitar.
Digamos que a veces, nuestro cerebro, nuestra mente o nuestra voluntad misma se sorprenden sin espacio, siendo éste ocupado por cosas que nos son ajenas y que incluso pueden escapar a nuestro control.
“¿Le habrá sentado mal eso que dije?”, “Es mi culpa, tendría que haber actuado de otro modo”, o la mejor: “es que soy un egoísta, para una vez que me pide ayuda…”.
Frases del todo negativas que nos hacen sentir mal al hacernos “ver” que hemos sido malos, o al menos no lo suficientemente buenos para con otra persona. Pensamientos no dedicados a nosotros mismos, en nuestra defensa, sino a los demás.
Es increíble la capacidad que tenemos los seres humanos para enunciar en nuestra mente frases como las mencionadas, las cuales tienen sus repercusiones a nivel emocional.
Pensar en los demás en exceso tiene repercusiones emocionales
Podría pensarse que de la misma forma, son del todo inevitables. Hay millones de argumentos que validan que nos sintamos así. Pero, ¿cuántos hay que nos defiendan?
Los mensajes educativos de nuestra infancia
La realidad es que a lo largo de nuestra vida estamos expuestos continuamente a mensajes educativos del estilo: “hay que compartir” o “haz el bien a los demás” o “haz todo lo posible para que los demás sean felices”…
Se tratan de mensajes educativos porque somos alimentados de estos mensajes durante la infancia. Parece ser que de pequeños necesitamos este tipo de mensajes para crear nuestros propios valores más adelante. Pero realmente tienen varias limitaciones para la persona adulta:
-En primer lugar, se tratan de órdenes. No son simples frases: Sé, hay que… No son sugerencias. Por lo tanto, es como si nos obligaran a ser de una determinada manera.
“Educa a tu hijo con sugerencias”, podrá pensar alguno. Ya no somos niños. Podemos modificar, reflexionar sobre esas órdenes. Debatirlas.
¿Quién decide si hacer el “bien” o no, si no somos nosotros? ¿Quién decide si compartir o no nuestros recursos, sino nosotros?
-En segundo lugar, son ordenes dicotómicas. Es decir, “hay que compartir” (porque si no, no serás bueno). “Haz el bien a los demás” (o tampoco serás bueno, serás malo) y “haz todo lo posible por que los demás sean felices” (o serás un egoísta).
No dan espacio a ser “un poco egoísta”. Todo o nada. Bueno o malo. Quizás la pregunta sea ¿es que no hay grises?
-Y por último, la subjetividad. Nadie ha escrito nunca qué significa exactamente ser “bueno”, “egoísta” o “altruista”.
¿Dónde está escrita regla para que nos podamos considerar egoístas? ¿Cuántas veces tenemos que mirar por nosotros y no por el resto? ¿Es malo serlo?
Los romanos usaban la palabra egoísmo para expresar la “práctica del yo”.
Piensa en ti, sé tu prioridad
Al fin y al cabo, cada uno tiene su propia versión de los términos, y todos intentamos vernos de manera que nosotros seamos los buenos.
Racionalizamos, argumentamos, o bien asumimos el papel de malos, y nos castigamos, esperando a cumplir penitencia por aquel enorme mal que hemos cometido. Y es lógico. Al fin y al cabo, somos nosotros los protagonistas de nuestras historias.
De vez en cuando, nos vemos atrapados sin quererlo en una lógica que no hace más que dañarnos. Y nos vemos regalando tiempo, recursos y fuerzas a personas que parecen no tener otro fin en la vida que machacarnos.
Y no podemos parar. Tememos las consecuencias negativas. Nos aterroriza alejarnos del supuesto camino que nos han marcado.
Reflexionar y racionalizar estos pensamientos; estos mensajes, con sosiego y calma puede ser el ejercicio que nuestra condición humana más agradezca.
Ese pequeño espacio de tiempo en el que tras reflexionar caemos en la cuenta “Eh, quizás no sea tan malo. Quizás necesite el tiempo para mí. Quizás no quiera compartir con nadie ahora. Quizás deba ser egoísta.”
Quizás, el ser egoísta esté justificado. Quizás, ser egoísta, solo signifique querernos un poco.