La infancia es la etapa de la vida a través de la cual comenzamos a conocer el mundo, a desarrollarnos y a manejar aquello con lo que convivimos. Por otro lado, es un período en el que somos especialmente vulnerables y dependientes. Así, lo que nos ocurre tiene muchas posibilidades de quedarse adherido a nuestras raíces, siendo difícil de modificar.
Esto vale tanto para una infancia positiva como negativa y los resultados posteriores son totalmente diferentes. Es una ventaja o un hándicap que nos toca en suerte y, en cierto modo, de ellos nosotros tenemos poco que decir.
A menudo, en series o películas aparece el perfil de la persona perturbada que ha tenido una infancia llena de relaciones complicadas, ya sea de manera directa o indirecta.
Pero, en realidad, ¿cuáles son las consecuencias más frecuentes de haber vivido una infancia toxica? Analicémoslo a continuación…
1. No haber disfrutado de la infancia
Este período, como el resto de los que componen nuestra historia vital, una vez que lo hemos pasado ya no volverá. Una infancia tóxica se traduce en una infancia habitualmente triste, infeliz o complicada.
A menudo, no haber podido vivir estos años de una manera que nos gustaría nos llena de rencor hacia aquellas personas por quienes tenemos sentimientos muy profundos. O sea, que nuestros enlaces emocionales de la niñez suelen sobrevivir, de manera frecuente, en un enfrentamiento entre el amor y el rencor.
Así, los sentimientos encontrados no son fruto de la casualidad, sino de la valoración posterior sobre las injusticias, la desconfianza, el miedo, el abandono y la humillación que un día tuvimos que sufrir.
No haber aprendido a relacionarnos con los demás
La forma en la que nos relacionamos empieza a desarrollarse en nuestros primeros años. Aprendemos cómo tenemos que expresarnos o cómo manejar los silencios para conseguir una comunicación efectiva.
Por el contrario, patrones erróneos y poco costosos, como la violencia o la coacción son muy fáciles de aprender y de reproducir, pero no tanto de sustituir cuando se ha vivido como una forma útil y posible para conseguir un objetivo.
En este sentido, aunque la falta de habilidades no es algo que no podamos arreglar con el tiempo, merma el desarrollo de nuestro potencial social y emocional. Así, digamos que en algún momento es probable que paguemos a un alto precio nuestra torpeza.
3. El manejo del ego
La toxicidad en la infancia no solamente se refiere a la falta de cariño o a sufrir continuamente el castigo injustificado de la indiferencia. También tiene que ver con convivir con personas que nunca reconocen sus errores o que sobreprotegen al infante, evitando que se enfrente a los fallos que comete y proyectando sobre él una imagen de invulnerabilidad y perfección lejana a la que se va a encontrar después.
En este sentido la persona crece creyendo que es lo que no es, lo que genera un desconocimiento que pagará duramente con el paso del tiempo.
Inteligencia emocional
Matemáticas, lengua, idiomas…todas estas asignaturas (mejor o peor) forman parte de todos los planes académicos. Sin embargo, algo tan cotidiano y útil como el manejo de nuestras emociones está (o estaba) fuera de cualquier tipo de formación sistemática.
Que nadie se haya molestado en enseñarnos a manejar nuestras emociones no quiere decir que no lo hayamos aprendido, lo que ocurre es que lo que hacemos es aprenderlo por nuestra cuenta observando a los demás.
Así, una infancia toxica muchas veces tiene que ver con tener personas de referencia o cercanas con una inteligencia emocional poco desarrollada. Esto puede ser altamente tóxico en nuestra infancia, pues nos hace vulnerables en lo más fundamental.
5. La posterior crianza de los hijos
El estilo de crianza que hemos vivido determinará el guión a través del cual queramos dirigir la educación de los niños que nos rodeen en nuestra vida adulta. Si bien es verdad que en muchas ocasiones se repiten ciertos patrones o comportamiento de manera inconsciente, el esfuerzo que se realiza para conseguir redirigir nuestra vida de manera saludable es mucho mayor.
Así, aunque las personas que han vivido una infancia difícil tienen más complicado su desarrollo, pueden llegar a resurgir y superar aquello que nunca les tuvo que ser negado.
De esta manera, con el paso del tiempo destacarán más por aquello que han logrado que por lo que les dañó, convirtiéndose en personas dignas de admirar.